En el mundo eran días de movilización popular: los "azos" que cambiaron al país
A 50 años del Rosariazo: "Obreros y estudiantes, juntos y adelante"
LA PLATA, 16-05-2019 | PUBLICADO POR REDACCIÓN
Hace medio siglo, las calles de Rosario estallaron en protestas contra el gobierno de Juan Carlos Onganía, con un saldo de dos muertos. Corría mayo de 1969 y fue la primera de las grandes manifestaciones populares que marcarían el principio del fin de una dictadura que se presentaba a sí misma como la "Revolución Argentina”
Por Eduardo Anguita & Daniel Cecchini
El teniente general de caballería (RE) Juan Carlos Onganía llevaba 1.051
días empotrado en el sillón presidencial cuando, el jueves 15 de mayo
de 1969, en Corrientes, la policía reprimió una marcha estudiantil que
se dirigía al rectorado de la Universidad Nacional del Nordeste. Ese
jueves, las balas de los uniformados se cobraron la vida del estudiante
de Medicina Juan José Cabral. El militar de bigotes tupidos – a quien la
revista Tía Vicenta había caricaturizado de manera inmortal como La
Morsa – no sabía que a partir de ese momento, en una espiral imposible
de detener, sus días al frente de la autodenominada Revolución Argentina
estaban contados. La agonía de su gobierno comenzaría el viernes 16 de
mayo en las calles de Rosario.
El mundo vivía tiempos
convulsionados. Un año antes -también en mayo, pero en París- la
imaginación había intentado sin suerte tomar el poder, jaqueando al
gobierno del libertador de Francia, Charles De Gaulle; en México, la
sangre de los estudiantes muertos por la represión del gobierno del
Partido Revolucionario Institucional todavía no terminaba de secarse en
el suelo de Tlatelolco; en la Iglesia Católica, revolucionada por el
Concilio Vaticano II, miles de sacerdotes hacían su opción por los
pobres; y la figura del argentino Ernesto Che Guevara, capturado y
asesinado un año y medio antes en Bolivia, se había transformado en un
símbolo revolucionario global.
En las calles, contra Onganía
En
la Argentina, a principios de mayo de 1969, la dictadura de Onganía
–que tenía planeado permanecer en el poder veinte años- hacía agua pero
todavía flotaba, un poco a la deriva, sostenida por un sector de las
Fuerzas Armadas, la derecha de la jerarquía católica y un sindicalismo
colaboracionista que soñaba quedarse con el envase de un Juan Domingo
Perón –exiliado en Madrid– al que consideraban definitivamente no
retornable. Los partidos políticos estaban proscriptos y la represión de
las protestas sociales crecía en brutalidad.
El mes había
empezado con movilizaciones y protestas. El martes 13 de mayo, en
Tucumán, un grupo de trabajadores había ocupado el Ingenio Amalia, donde
retuvieron a uno de los gerentes, en reclamo por los sueldos atrasados.
El miércoles 14, en Córdoba, 3.500 obreros automotrices reunidos en el
Córdoba Sport Club salieron a manifestar en las calles por la
eliminación del "sábado inglés" -que les permitía cobrar como "extras"
las horas trabajadas ese día– fueron reprimidos por la policía, con un
saldo de 11 heridos y 26 detenidos. El jueves 15, los estudiantes
correntinos habían marchado contra el aumento del 500% en el menú del
comedor universitario y la policía había matado a Cabral con un disparo
de arma de fuego.
Fue el primer muerto de mayo, habría muchos
más. También los argentinos asistirían por esos días a un fenómeno
inédito en la historia del país: la confluencia de las protestas de
trabajadores y universitarios contra un gobierno, acuñada en una
consigna que se repetiría en los años siguientes: "Obreros y
estudiantes, juntos y adelante".
Rosario se moviliza
El
asesinato de Cabral en Corrientes desató asambleas y protestas en casi
todas las universidades públicas del país. El viernes 16 de mayo, en la
Universidad Nacional de Rosario, el rector José Luis Valentín Cantini
intentó frenar las asambleas en las facultades con la suspensión de las
clases durante tres días. Resultó ser un tiro por la culata: los
estudiantes de todas las facultades, lejos de desmovilizarse,
confluyeron en el comedor universitario –ubicado en avenida Corrientes
al 700- que seguía abierto. Después de la asamblea, cerca de medio
millar marchó por las calles céntricas de la ciudad.
Al día
siguiente, pese a que era sábado, casi quinientos estudiantes volvieron a
reunirse frente al comedor. La asamblea transcurrió de manera pacífica,
aunque bajo una intimidante presencia policial. Cuando los jóvenes se
movilizaron e hicieron estallar algunos petardos frente al Banco Alemán
Transatlántico, se desató una represión desmesurada, en la que no
faltaron los disparos con armas de fuego.
Al escuchar los tiros,
los manifestantes intentaron dispersarse. Un grupo que corría por la
avenida Corrientes trataba de escapar doblando por la calle Córdoba se
encontró con que la policía estaba esperándolos. Algunos lograron
sortear a las fuerzas represivas, aunque la mayoría, junto con no pocos
transeúntes -entre ellos varios chicos – trataron de refugiarse en la
galería Melipal. Las tiendas de compras se transformaron en una trampa.
Disparos y muerte en la Galería Melipal
La
encerrona resultó mortal. La policía ingresó a palazos a la galería,
donde a la hora de repartir golpes no diferenció entre estudiantes y
desprevenidos transeúntes. En medio de la batahola, uno de los jefes del
operativo, el oficial inspector Juan Agustín Lezcano, desenfundó su
arma reglamentaria e hizo un disparo.
Minutos después, cuando los
policías se retiraron hacia la entrada de la galería y la mayoría de
los manifestantes se había refugiado en los pisos superiores, al pie de
una escalera pudo verse a un joven tirado en el piso: se llamaba Adolfo
Bello, era estudiante de Ciencias Económicas y tenía un balazo en la
cabeza.
Bello murió pocas horas después en un hospital. En los
tres días que siguieron, el lugar donde había caído se transformó en un
santuario, donde estudiantes y vecinos dejaban flores. Mientras tanto,
en Rosario seguían creciendo las protestas, esta vez bajo la forma de
"actos relámpago" para zafar de brutalidad policial. La CGT de los
Argentinos, conducida a nivel nacional por Raimundo Ongaro, se
solidarizó con los estudiantes y organizó una olla popular para
contrarrestar el cierre del comedor universitario.
Rosario estalla
La
mañana del miércoles 21 de mayo el aire se cortaba con un cuchillo en
Rosario. Unos 4.000 estudiantes secundarios y universitarios, a los que
se sumaron obreros convocados por la CGT de los Argentinos, se reunieron
cerca de la intendencia para realizar una "marcha del silencio".
La
policía provincial intentó reprimirlos nuevamente, pero fue avasallada.
Rosario estalló. De inmediato, la Gendarmería y la Policía Federal se
sumaron a la represión, pero los obreros y los estudiantes – juntos en
la lucha callejera – armaron barricadas, quemaron autos y trolebuses, y
los hicieron retroceder. La ciudad queda en manos de los manifestantes.
Onganía
ordenó al jefe del Segundo Cuerpo del Ejército, Roberto Fonseca, que se
hiciera cargo de la represión, pero la escalada de violencia no se
detuvo
Onganía ordenó al jefe del Segundo Cuerpo del Ejército,
Roberto Fonseca, que se hiciera cargo de la represión, pero la escalada
de violencia no se detuvo
Desde la Casa Rosada, Onganía ordenó al
jefe del Segundo Cuerpo del Ejército, Roberto Fonseca, que se hiciera
cargo de la represión, pero la escalada de violencia no se detuvo y los
enfrentamientos se multiplicaron en las calles. Cerca de los estudios de
LT 8, donde los manifestantes intentaron pasar una proclama, cayó
herido de bala el estudiante secundario y aprendiz metalúrgico Luis
Blanco, de 15 años. Fue el segundo muerto del Rosariazo.
El
general Fonseca declaró el estado de sitio en la ciudad, impuso la
justicia militar y la pena de muerte. Pese a eso, la CGT convocó a un
paro activo para el viernes 23 que incluía acciones de sabotaje. La
agitación era tal que un grupo de sacerdotes santafesinos se rebeló
contra el obispo Guillermo Bolatti, a quien acusaron de insensibilidad
social, y se sumaron a la protesta de los obreros y los estudiantes.
El
entierro del adolescente Blanco fue multitudinario y se transformó en
una marcha de repudio a gobierno nacional y a la represión. Pese a la
presencia amenazante de las tropas, más de siete mil personas
acompañaron a pie el ataúd con los restos del pibe Blanco a lo largo de
las 87 cuadras que separaban la casa del joven asesinado – donde se
realizó el velatorio – hasta el cementerio.
Frente a la tumba,
desobedeciendo las órdenes del obispo Bolatti, el párroco Federico
Parenti pronunció una oración flamígera: "Que esta sangre vertida, que
esta sangre que llega al cielo, no sea en vano, que ella lleve la
liberación que ansiamos, el instante de justicia que está reclamando el
mundo, Dios dio su sangre por la liberación del hombre, para que el
hombre se despoje de su esclavitud".
Obreros, estudiantes y curas
En
el Rosariazo entraron en escena, por primera vez juntos, todos los
actores que marcarían a fuego los próximos años de la vida argentina.
"En Rosario se hace efectiva, en los hechos, la unidad obrero
estudiantil y emergen los sacerdotes del Tercer Mundo. Los jefes
militares por su parte primero definieron estas luchas como
'protagonizadas por extremistas', a los que luego llamó subversivos",
escribió la historiadora Beba Balvé, coautora de Lucha de calles, lucha
de clases, quizás el mejor libro escrito sobre las protestas populares
de 1969.
Finalmente, el Ejército recuperó el control de la
ciudad, pero las protestas no se detuvieron. El domingo 25 de mayo,
tanto en Rosario como en muchas localidades vecinas, los sacerdotes se
negaron a oficiar el tradicional tedeum oficial.
Y después, el Cordobazo
Ese
era el clima previo, el caldo de cultivo podría decirse, en que los
obreros industriales de Córdoba fueron al paro el jueves 29 de mayo.
Reclamaban por el sábado inglés, derogado por la resolución 106/69 de
Onganía. Esa reivindicación unificaba en la protesta a las dos
regionales de las CGT, la Azopardo –colaboracionista– y la de los
Argentinos, enfrentadas a nivel nacional.
Por eso, en las
columnas que marcharon hacia el centro de Córdoba capital se pudieron
ver juntos a organizaciones gremiales que tenían distintas tonalidades: a
los obreros automotrices dirigidos por Elpidio Torres, con los de Luz y
Fuerza, con Agustín Tosco a la cabeza, a los colectiveros, liderados
por Atilio López y a los metalúrgicos, que tenían a Alejo Simó al
frente. "Esa situación unifica a todos, diluye la separación y
distinción de los sindicatos organizados en nucleamientos
ideológico-políticos, como las 62 organizaciones peronistas y los
independientes. A la vez, la forma de lucha, huelga general con
movilización, hace al mecanismo del proceso de centralización y
dirección de la lucha que permite la recuperación de la iniciativa por
parte de la clase obrera", señalaba Balvé.
A las columnas obreras
se agregaron otras integradas por estudiantes, sensibilizados por las
muertes de sus compañeros en Corrientes y Rosario.
Como en
Rosario, pero aún con más violencia, los manifestantes hicieron
retroceder a la policía y avanzan hacia los edificios públicos.
En
Córdoba Rebelde, los investigadores Mónica Gordillo y James Brennan
definen así lo sucedido en las calles de la ciudad: "Por la mañana
protesta obrera, después del mediodía rebelión popular, por la tarde,
tras el repliegue de la policía, insurrección urbana". Jorge Canelles,
compañero de lucha de Agustín Tosco, recuerda: "No hubo ninguna cosa
mesiánica de toma del poder. Aunque hubiéramos podido hacerlo a la una
de la tarde porque ya no quedaba un solo cana en la calle, ni guardia en
la Casa de Gobierno".
El Ejército intervino con una sospechosa
demora que algunos leyeron como una maniobra del comandante en jefe,
Alejandro Lanusse, contra el dictador Onganía. Los estudiantes se
replegaron finalmente al barrio de Clínicas, donde siguieron resistiendo
por unas horas.
Al día siguiente, cuando el Ejército finalmente
controló la ciudad, el panorama era el de un campo de batalla:
barricadas, autos quemados, vidrieras destrozadas, edificios públicos
arrasados. Los principales dirigentes, entre ellos Tosco y Torres,
estaban detenidos, a disposición de los tribunales militares. Nunca pudo
establecerse cuántos fueron los muertos de la jornada: algunos
investigadores hablan de 4; otros, de 14.
Los "azos" que cambiaron al país
El
Rosariazo y el Cordobazo pasaron como un huracán, pero su sello – el de
todo mayo de 1969 – marcaría a fuego los años por venir. La espontánea
reacción contra la dictadura señalaría un rumbo a no pocas
organizaciones revolucionarias, que por entonces debatían la
incorporación de la lucha armada en la resistencia a la Revolución
Argentina y, en algunos casos, como un paso adelante en la lucha
revolucionaria.
Un año más tarde, el 29 de mayo de 1970,
Montoneros irrumpiría en la vida política argentina con el secuestro y
la ejecución del dictador Pedro Eugenio Aramburu. También durante 1970,
en su quinto congreso, el Partido Revolucionario de los Trabajadores
(PRT) decidiría la creación del Ejército Revolucionario del Pueblo
(ERP).
Onganía –que había planeado quedarse 20 años en el poder–
tenía los días contados. El 8 de junio de 1970 era relevado por otro
militar, Roberto Levingston, que a su vez menos de un año después era
desplazado por otro general, Alejandro Lanusse.
La Argentina ya
no sería la misma: ninguno pudo doblegar la protesta social y los
métodos autoritarios, finalmente, dieron lugar a una convocatoria
electoral donde ganaba el peronismo tras casi 18 años de proscripción. (infobae)