La Unidad 28 registra un hacinamiento de presos
Los nuevos presos de la miseria: aumentaron los detenidos por robar para comer en la Ciudad
LA PLATA, 17-03-2019 | PUBLICADO POR REDACCIÓN
La crisis social generó nuevas causas a personas en situación de calle o marginales que hurtan alimentos o objetos de escaso valor para revender en la calle.
Por Fernando Soriano
Un hombre en situación de calle roba dos tiras de asado y cinco paquetes
de salchichas de las góndolas de un supermercado en Palermo. Es 20 de
febrero de este año y un policía lo detiene en la puerta, alertado por
el cajero del local que lo persiguió hasta la vereda. Atrapado, el
hombre se disculpa y quiere devolver lo que se llevó. Ofrece una
explicación, pero marcha preso. Dos días después, el fiscal libera de
acusaciones al ladrón: lo considera un hecho insignificante.
En
una avenida elegante de la misma ciudad, el mismo año, otro hombre rompe
el candado de una bicicleta atada en un poste en Barrio Norte e intenta
huir con ésta, pero a los 20 metros aparece un policía. El ladrón se
tira de cabeza en un tacho de basura con el fin de esconderse y lo
atrapan. En la primera audiencia por el delito, 24 horas después, el
imputado, flaco, sucio, débil y desdentado, solloza y dice que hace dos
días que no come. El juez lo deja libre hasta que se desarrolle el
juicio y haya -probablemente- una condena. Antes de que el hombre
abandone la sala el magistrado le da 200 pesos para que se compre una
pizza.
Entre los delitos más frecuentes y menos visibles aparece
esta clase de "pequeños" robos y hurtos sin armas ni violencia que,
después de detenciones y trámites judiciales, termina en condenas de
baja escala o en absoluciones para los ladrones. La mayoría de las veces
son personas en situación de calle o extrema marginalidad quienes los
cometen. Buscan comida, objetos para el uso cotidiano o de higiene, y
elementos baratos que puedan revender, como hierros, vidrios o
materiales de obra. Y en muchos casos terminan hasta en gestos piadosos,
como el del juez y la pizza.
Las causas contra estos indigentes
ocupan horas de trabajo judicial y se instalan sobre una paradoja, la
delgada línea que muchas veces separa a la víctima del victimario. Donde
hay una persona que roba un alimento, hay un comerciante que pierde
parte de su mercadería. En una bicicleta robada bajo estado de
desesperación hay alguien que se quedó sin su medio de transporte.
En
los pasillos de los tribunales algunos los llaman los "crímenes de la
miseria", la lucha de pobres contra pobres, registrada en decenas de
nuevos expedientes que se abren cada día en cada fiscalía de turno por
delitos que incluyen condenas cuya pena es algunas semanas tras las
rejas o absoluciones por insignificancia.
Hay escenas de
reincidencia, historias de adictos que en pleno juicio piden que los
manden a una granja apenas cumplan su tiempo en prisión o incluso, como
pasó entre un cartonero que robó el espejo de un auto que creyó
abandonado, el pedido de la víctima a la Justicia para que retiren la
acusación y lo dejen libre.
No son situaciones nuevas, son
delitos que existen desde hace décadas. Aunque la cantidad de episodios
viene en aumento, producto de la falta de dinero y la crisis social. Y a
más casos, más reincidencias y más condenas: simultáneamente aumentan
las prisiones preventivas y, así, la superpoblación y el hacinamiento en
los calabozos.
Los fiscales de instrucción que atienden estos
hechos observan que el incremento también va del brazo de los
procedimientos de flagrancia, que se aplican en delitos que prevén penas
menores a los 15 años. Los presos de la miseria, como les llaman
algunos instructores del Ministerio Público Fiscal, son nuevos
marginales: obreros desocupados, albañiles sin actividad, changarines,
padres de familia expulsados a la calle, cartoneros fuera de convenio
agarrados in fraganti.
"Siete de cada diez detenidos tienen entre
30 y 40 años, en general son hombres, y cometen un delito en flagrancia
por primera vez. Pero eso ocurre en una única oportunidad, luego ya son
reincidentes, muchas veces quedan atrapados en ese sistema, marcados
con un antecedente penal que les dificulta más conseguir trabajo. Y así
crecen las prisiones preventivas", comenta un auxiliar de una fiscalía
porteña con turno en flagrancia.
"Han crecido los delitos
menores, no porque se cometan más sino porque crecieron las situaciones
de miseria. Gente en la calle, desocupados, con desequilibrios mentales o
adicciones al alcohol o drogas", enumera la fiscal Mónica Cuñarro.
Todas
las personas aprehendidas en casos de flagrancia pasan inevitablemente
entre 24 y 48 horas privadas de su libertad. En ese plazo, el juez debe
activar el juicio oral, que dura una o dos audiencias, y luego define si
detiene o libera al imputado. Los ladrones sin antecedentes penales
normalmente recuperan su libertad después del juicio, pero suman un
antecedente penal. Si reinciden, aunque los robos sean considerados
"menores" pueden ser condenados y quedar detenidos.
Muchas veces,
los fiscales o los propios policías suspenden cualquier acción. También
las víctimas. El 27 de enero pasado un hombre de 29 años robó un termo
(valuado en ese local a $700), pero la dueña del local lo vio. El hombre
huyó sin el objeto y fue atrapado por la policía, pero la propia
comerciante pidió que no le abran una causa.
La mayoría de los
casos termina en condenas. Dos días después del hecho de Retiro, en los
Tribunales se juzgó al cartonero José O., de 32 años, acusado de
intentar robar con un cortafierro el espejo del parasol de un Honda City
incendiado y sin ventanillas, que él creyó abandonado. El hombre aceptó
ser el autor del hecho pero explicó que no sabía que el vehículo tenía
dueño, y alegó que quería el espejo para revenderlo.
El fiscal no
pidió la prisión preventiva pero requirió la elevación a juicio contra
el imputado. Cuando el juez le preguntó a qué se dedicaba respondió:
"Ciruja y albañil". Y contó que usaba esos elementos para revender. Su
condena es una mancha en su prontuario.
Así terminó en condena un
caso célebre en los pasillos de Tribunales que tuvo como protagonista a
un hombre que, en estado de ebriedad, abrió la persiana de un puesto de
flores y se llevó un ramo para darle a su novia el 14 de febrero de
2018. Como el acusado tenía antecedentes, terminó en la cárcel. Poco
después, durante las Pascuas de ese año, otro hombre de 40 años fue
detenido por robarse 24 tabletas de chocolate por un valor de 700 pesos.
El imputado dijo que lo había hecho para venderlas en la calle. La
cadena de supermercados, una de las más importantes del país, pidió
seguir con el proceso hasta la condena.
De esta manera aumenta la
población de "nuevos presos". Cifras del Ministerio de Justicia
nacional, muestran que las causas por
flagrancia aumentaron entre el primer y el segundo semestre de 2018: de
1.170 casos a 1.721, lo que implica un incremento del 48%.
Estadísticas
referidas a diciembre pasado indican que del total de hechos dentro del
proceso de flagrancia el 46% fueron robos, el 31%, tentativas de robos,
hurtos, el 9%; y los robos con armas representaron apenas el 3%.
"El
mejor termómetro de la situación social es el turno de flagrancia",
comenta un fiscal auxiliar con causas en Capital Federal. Para otro de
los fiscales, si bien el proceso de flagrancia acelera los trámites en
casos que pueden resolverse rápido, también les ocupa gran parte del
tiempo que, argumentan, podrían ocupar en investigar delitos más pesados
cometidos por gente más peligrosa. "Así las cosas pareciera que la
flagrancia sirve más para gestionar la pobreza", agrega ese
representante del Ministerio Público.
"El procedimiento no
incrementa las detenciones", discrepa Cuñarro, y amplía: "Es un error,
quien previene es la Policia de la Ciudad. Si se cometen delitos es que
falló la prevención. Las detenciones ocurren cuando deben ocurrir. Lo
que hay son muchos problemas con la reforma de la Policia porteña. Los
comisarios hacen lo que pueden pero los problemas existen; no hay buenos
sumariantes, no remiten las actas a tiempo, no remiten a tiempo los
antecedentes, hay pocos médicos legistas, las divisiones especiales no
funcionan como corresponde, no funciona el cromatrógrafo, no hay
cámaras, no hay salas, no hay traslados. La implementación funciona muy
mal o no funciona, lo que demora muchisimo el trabajo del juez o el
fiscal, que pasan horas y horas dedicadas a hechos menores y no pueden
trabajarse hechos graves, como por ejemplo robos en banda de armados en
moto, que está tan de moda u homicidios o abusos o hechos de género".
Los
detenidos se acumulan en las alcaidías y generan problemas de
superpoblación. Días atrás los internos de la Unidad 28 en los
Tribunales de la calle Talcahuano reclamaron por las pésimas condiciones
de detención, lo que derivó en un fallo de la Cámara Criminal y
Correccional que marcó la situación como de "emergencia".
Los
jueces de la Sala VI de la Cámara, Marcelo Lucini y Magdalena Laiño,
señalaron en ese fallo que el 12 de febrero último había 169 personas en
la Unidad 28, donde hay celdas que son para nueve personas pero que
contenían entre 28 y 36, con solo dos baños y con alimentación y
atención médica insuficiente. "Su estado era sencillamente
inconcebible", escribieron los camaristas.
De allí, 89 personas
fueron trasladadas a la cárcel de Devoto. Las alojaron en un gimnasio,
devenido en el pabellón 53. Eso provocó un nuevo problema: los presos de
la cárcel iniciaron una causa por la pérdida de su espacio recreativo,
el uso de los baños y para recibir a las visitas.
Ante la falta
de espacios, encima, el Servicio Penitenciario Federal también dispuso
que en las celdas diseñadas para una persona vivan dos. "Un círculo
vicioso del que es realmente difícil salir airosos", dijo la Cámara.
Según fuentes oficiales, a la Unidad 28 pueden ingresar "entre cincuenta y cien personas detenidas por día".
Fuentes
de los organismos de seguridad porteños reconocieron la existencia de
detenciones a personas en situación de calle, aunque aclararon que se
dan "cuando cometen delitos".
"Las ranchadas de la Provincia que
antes se quedaban dos o tres días en la Ciudad para juntar cartón ahora
van hacia contravenciones o delitos, van con facas. Se trata de una
cuestión de criterio", apunta un funcionario de la Ciudad.
La
tensión interna existe a partir de la ley de flagrancia, sancionada en
2016 por el actual gobierno. Jueces que les compran pizzas a los
imputados, víctimas que otorgan el perdón a sus victimarios para que no
vayan a la cárcel, marginales que piden a la Justicia que los ayuden a
superar sus problemas de adicciones y algunos acusados que se soprenden
de las definiciones de algunos tribunales, en medio de las olas de
detenciones de flagrancia.
"Muchas de las perversiones del nuevo
régimen vienen a reemplazar a las perversiones del viejo régimen, pero
sustancialmente la forma de funcionar del aparato de criminalización es
la misma: siempre se ha perseguido y encarcelado selectivamente, siempre
las garantías han sido sólo un freno discursivo, siempre se ha tratado,
en definitiva, de a quienes y por qué metemos", entiende el sociólogo
Mariano Gutiérrez.
Eso le pasó a Mauro, el hombre que robó dos
tiras de asado y cinco paquetes de salchichas de un supermercado (por un
valor de menos de 1.000 pesos). Cuando el fiscal pidió su absolución
por insignificancia y el juez la aceptó, el hombre pidió la palabra y
dijo: "La felicidad se mide por asombros, no por años". (infobae)