No hay sorpresas en las elecciones porteñas. El antiperonismo -ahora denominado libertario- se quedó con la corona de fuerza gorila que el macrismo cuidaba desde 2007. Con el triunfo de ayer Javier Milei hizo pie en Capital y su proyecto gana fuerza, frente a un Pro en vías de extinción.
Las elecciones en la Ciudad Autónoma han marcado un giro significativo en el panorama político, con la victoria de Manuel Adorni de La Libertad Avanza con un 30% de los votos. Este resultado demuestra un respaldo a la retórica de la "motosierra", que promueve la reducción del Estado y un enfoque agresivo de gestión. La segunda posición de Leandro Santoro, con un 27%, sugiere que aún existe un sector del electorado que apuesta por una visión progresista, aunque sin la suficiente fuerza para imponerse ante la narrativa del ajuste. Cierra el podía el PRO, otrora fuerte, sufriendo un duro golpe con Silvia Lospennato, obteniendo apenas un 15%, evidenciando que el kiosco macrista ya no es lo que era.
Más llamativo aún es el caso de Horacio Rodríguez Larreta, que sin estructura, ni recursos, logró posicionarse con un para nada despreciable 8%. Su desempeño en estos comicios plantea una pregunta crucial: ¿Hasta qué punto el electorado castiga la gestión previa y hasta que punto perdona? Se nota que no hay rencor para Larreta por no haber construido más subtes y por dejar el regalito de Jorge Macri, pero tampoco está la estima de tiempos pretéritos.
El dato de esta elección es respaldo al modelo libertario, que revela una tendencia preocupante: el voto porteño parece priorizar el discurso individualista por sobre propuestas inclusivas. El votante porteño, de clase media -en algunos casos, real y en otros aspiracional- elije lo que sea menos al peronismo y en la actualidad nada representa mejor los viejos valores del antiperonismo que La Libertad Avanza, encabezada por un almirante Rojas más simpático y pintoresco, como lo es Javier Milei.
Por otro lado la apelación a la austeridad extrema y a la eliminación de organismos estatales sedujo a una parte importante de los porteños, que pagan cada vez más tasas y tienen como contrapartida una ciudad más sucia, abandonada e insegura que en diciembre de 2023.
Otro dato que no hay que desconocer es la abstención. Este fenómeno no es nuevo en la política argentina, pero se agudiza en un contexto de crisis y descontento generalizado. La preferencia por discursos radicales y figuras que promueven la confrontación evidencia un hartazgo con la política tradicional, pero la escasa concurrencia a las urnas atenta contra su legitimidad. La pregunta es el liderazgo emergente pero con pocos votos podrá sostenerse en el tiempo o si, como ha ocurrido en otras ocasiones, su impacto será efímero ante la complejidad de la gestión pública.
Buenos Aires, históricamente fue una ciudad con fuerte tradición política y marcada por liderazgos cambiantes. Fue radical, fue de derecha moderada y ahora todavía enojada con el gobierno nacional anterior se viste de derecha reaccionaria. Si bien el deseo de transformación es legítimo, la historia enseña que los proyectos construidos sobre el descontento y sin bases firmes suelen desembocar en crisis aún más profundas.
El desafío que se viene para la Ciudad es pensar qué modelo de gestión se busca a futuro: moderación o acción directa contra lo que considera como la fuente de todos los males.
(*) Abogado. Periodista.